Tenemos la tendencia a olvidar toda la sangre que ha costado tener las cosas que disfrutamos hoy en día. No hablo solamente de vidas
militares. Entre las décadas del 70 y el 80 hubo una efervescencia política
entre muchos jóvenes como nosotros que no solo estaban dispuestos a invertir
casi todo lo que tenían en la defensa de sus ideales, sino que muchos de ellos
incluso ofrecieron sus vidas. Pero la pasión es el toro que debemos domar
antes.
La efervescencia se convirtió en vehemencia y poco a poco en hambre de poder[1]. Entonces llegó Fujimori a decirnos que era imposible domar al toro, que era una tontería intentarlo. Llegó la tele a decirnos que la vida se agota en la compra de tu depa y tu carro. Somos los hijos de una época en la que la felicidad de los otros no tiene nada que ver con la nuestra. Nacimos en un mundo en donde el intentar hacer algo por el otro no solo es tonto sino económicamente ineficiente. Es increíble ver como ya nadie trata de convencernos de nada –en esto el fujimorismo fue pionero[2]- sino de sumirnos en la ilusión de quever cientos de titulares en Facebook nos hace personas informadas.
La efervescencia se convirtió en vehemencia y poco a poco en hambre de poder[1]. Entonces llegó Fujimori a decirnos que era imposible domar al toro, que era una tontería intentarlo. Llegó la tele a decirnos que la vida se agota en la compra de tu depa y tu carro. Somos los hijos de una época en la que la felicidad de los otros no tiene nada que ver con la nuestra. Nacimos en un mundo en donde el intentar hacer algo por el otro no solo es tonto sino económicamente ineficiente. Es increíble ver como ya nadie trata de convencernos de nada –en esto el fujimorismo fue pionero[2]- sino de sumirnos en la ilusión de quever cientos de titulares en Facebook nos hace personas informadas.
Pero la era actual es también la era del emprendedurismo social,
de la indignación y la integración de movimientos sociales que antes peleaban
aislados[3].
La solidaridad ha huido de la política a estas nuevas manifestaciones.
Pero para los que ya hemos intentado buscar niveles más profundos de transformación desde el activismo, los proyectos de desarrollo, el voluntariado u otras opciones, es claro que el “sistema” político, es el campo que debemos recobrar para nosotros y para todos. Albert Camus, explica en El Hombre Rebelde que cuando una persona ya
no puede comprometerse más con un proyecto de vida limitado e impuesto, se
resiste y cuando se resiste su rebelión trae consigo una transformación interna
que la lleva más allá de sí misma (...) Cuando un hombre se rebela, se identifica con
otros hombres y así se sobrepasa a sí mismo. Desde este punto de vista la
solidaridad es metafísica.
¿Cuánto tiempo más nos quedaremos a mitad de camino? ¿Qué más debe
pasar para que, los que entendemos a qué se refiere Camus cuando habla de la
solidaridad, dejemos que creer que podemos
cumplir nuestros objetivos para con los demás prescindiendo de la Política con “P”
mayúscula?[4] Aquellos que nos hemos aventurado al difícil
proceso de domar nuestro propio ego debemos perder el miedo de adquirir mayor
poder y responsabilidad.
Necesitamos recordar como las generaciones anteriores
fueron vencidas por la frustración y la violencia que les hizo olvidar que el camino es siempre más importante que la meta. Debemos reconstruir un sistema de partidos
que proponga, sobre todo, un nuevo modelo de liderazgo. Ya no se trata de
competir por saber cuál será la ideología única que solucionará todos los
problemas del mundo, sino de crear una estructura de partidos que soporte un movimiento de bases locales que permita a las personas despertar como agentes políticos y que pueda reemplazar por
fin de manera efectiva el sistema actual compuesto de relaciones de poder tan
desiguales. De lo contrario siempre estaremos del otro lado y seremos los eternos rebeldes, los que van contra la corriente. Basta. Recuperemos la política y veamos como la
corriente empieza a correr a donde siempre soñamos que lo haría.
[3]
Rist, Gilbert., El desarrollo: historia de una creencia occidental. 2002
[4]
Frase tomada del Facebook de Carmen Mc Evoy