Este post es la traducción de un ensayo de Albert Hoffmann, descubridor del LSD, publicado en Reality Sandwich. Pueden leer el original aquí. Antes de comenzar la lectura quisiera pedirles que no olviden las reglas de la casa.
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LSD como ayuda
espiritual
Lo que sigue fue extraído del libro Crecimiento Espiritual con Enteógenos, editado por Thomas B. Roberts, disponible en Inner Tradittions.
Albert Hoffmann, Ph.D., Dr en Farmacología y Ciencias Naturales, es mejor
conocido por su casual descubrimiento del LSD y su efecto químico,
identificando los principios activos de un hongo sagrado en México. Era
director de investigación retirado del departamento de productos naturales en
la empresa Sandoz Pharmaceutical Ltd.en
la ciudad de Basilea, Suiza. El Dr. Hoffmann era miembro de la Academia Mundial de la Ciencia,
del comité del Premio Nobel, la Asociación Internacional de Investigación sobre
Plantas y la Sociedad Americana de Farmacognosia. Escribió muchos artículos científicos y
varios libros: La botánica y la Química
de los Alucinógenos y Plantas de los Dioses
con Richard Evans Schultes, El camino
a Eleusis con R.G. Wasson y Carl Rusck, LSD:
Mi hijo problema, y Insgth/Outlook..
Nacido el 11 de enero de 1906, Albert celebró su cumpleaños número cien
con un excelente estado de salud, con cientos de admiradores agradecidos en el “Espíritu
de Basilea” – una celebración por el trabajo de toda su vida – Murió dos años después el 29 de abril de
2008, cuatro meses después de que su
esposa, Anita, falleciera. Sus archivos y su legado son gestionados por Dieter
Hagenbach en www.gaiamedia.org.
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El uso de soma (que es el haoma iraní) es uno de muchos ejemplos del uso
religioso de drogas e intoxicantes que tienen extraños efectos psicológicos. En
nuestros tiempos, Aldous
Huxley ha abogado por el uso de mescalina. Las extrañas y glorificantes
propiedades de estas plantas y preparados le han dado al hombre una elevada
experiencia religiosa, una ventana, por así decirlo, a un mundo que normalmente
está más allá del alcance de los monótonos sentidos.
Ninian Smart, La Experiencia Religiosa de la Humanidad,
1984
El LSD no es producto de
una investigación planificada. No estaba buscándolo, el vino a mí. Esto
significa para mí, que una autoridad mayor pensó que ahora era necesario
proveerle a la humanidad una ayuda farmacológica adicional para su crecimiento
espiritual.
El LSD no es una sustancia sintética de
laboratorio. Después del descubrimiento de que las amidas del ácido lisérgico y
el ácido lisérgico hidroxietilamida (cercanamente emparentado con el ácido
lisérgico dietilamida) son los principios activos[1]
del Ololiuqui, una antigua planta sagrada de los indios mexicanos; el LSD tiene
que ser considerado como perteneciente al grupo de las drogas enteógenas
naturales de Centroamérica.
Estas dos
características del LSD legitiman su uso en un contexto religioso.
Ahora, voy a contar como el LSD fue una ayuda espiritual para mí, y como
influencia mi forma de ver el mundo[2].
Después de mis primeras experiencias con LSD, la pregunta surgió para
mí: ¿Cuál es la verdadera, la imagen del mundo como la percibimos con
conciencia del día a día o la abrumadora visión bajo los efectos de enteógenos?
Esto me causó que analizara lo que conocemos acerca del mecanismo con el
que percibimos la realidad.
La percepción presupone a un sujeto que percibe un objeto que es
percibido. En las relaciones humanas el sujeto que percibe es el ser humano
individual, más exactamente, su conciencia, y el objeto percibido es el mundo
material exterior.
Es de la mayor importancia estar concientes del hecho de que el
mundo exterior consiste, objetivamente, en nada más que materia y energía.
Con el fin de hacer visible el mecanismo de nuestra realidad siendo
experimentada[3],
he elegido una metáfora de la televisión. El mundo material funciona como una
transmisor, emanando señales ópticas, acústicas, gustativas, olfatorias y
táctiles que son recibidas por la antena, por nuestros órganos sensoriales,
ojos, oídos, lengua, nariz y piel, y son conducidas de ahí a su centro
correspondiente en el cerebro, al receptor. Luego, estas señales materiales y
energéticas son transformadas en el fenómeno espiritual de ver, oír, saborear,
oler y tocar. Uno no sabe como esta transformación de impulsos materiales y
energéticos hacia la dimensión psíquica de la percepción, se lleva a cabo. Esto
incluye el misterio de la conexión entre el mundo material y espiritual.
La metáfora del transmisor-receptor de la realidad, hace evidente que la
imagen del mundo exterior cobra existencia en el interior, en la conciencia del
individuo.
Este hecho fundamental significa que la pantalla en la el colorido mundo
es percibido no está fuera sino en el espacio interior de cada ser humano. No
hay colores, ni sonidos, ni sabores, ni olores en el mundo exterior. Todos
cargan en sí mimos su propia imagen del mundo, una imagen creada por su receptor
privado. No hay una pantalla común afuera. Esto nos vuelve completamente
concientes del poder creador (cosmogenético) concedido a cada ser humano.
Antes de hacer uso de estas consideraciones para
explicar la habilidad del LSD y los otros enteógenos de cambiar la experiencia
de la realidad, nuestro conocimiento de la esencia de la conciencia debe ser
revisada.
La conciencia desafía una definición y explicación
científicas; ya que es lo que se necesita para contemplar lo que ella misma es.
Solo puede ser circunscrita a ser el centro receptivo y creador del ego
espiritual, que tiene las facultades de percibir, pensar y sentir, y que es el
asiento de la memoria.
Es de fundamental importancia ser concientes de como la conciencia se
origina y se desarrolla.
El humano recién nacido posee, solamente la facultad de percibir –
posee, o más correctamente, ES este
núcleo místico de la vida. Posee – para usar de nuevo la metáfora de la
televisión – un disco en blanco, donde el estimulo proveniente del mundo exterior
es transformado en imágenes y sensaciones que pueden ser almacenadas en la
memoria, proveyendo el lugar de trabajo para el pensamiento. Sin estas señales
del exterior, ninguna conciencia se podría desarrollar.
Hay un consenso común sobre que
la evolución de la humanidad es paralela al incremento y la expansión de la
conciencia. A partir de lo descrito sobre el proceso de cómo la conciencia se
origina y se desarrolla, se vuelve evidente que su crecimiento depende de su
facultad de percepción.
Por lo tanto se deben usar todos los medios disponibles para mejorar
esta capacidad.
Las características de los enteógenos, su facultad de mejorar la percepción sensorial, los convierten en ayudas
inestimables en el proceso de la expansión de la conciencia.
Fue el LSD, el enteógeno más potente[4], el que, para usar el
famoso verso de Blake, limpió las puertas de mi percepción y me hizo ver todo
como era, infinito.
Durante mi niñez experimenté espontáneamente algunos de esos momentos
dichosos cuando el mundo aparecía de pronto bajo una luz nueva y brillante, y
tenía la sensación de estar incluido en su belleza indescriptible y
maravillosa. Estos momentos permanecieron en mi memoria como experiencias
extraordinarias de felicidad indecible, pero solo después del descubrimiento
del LSD pude aprehender su significado y su importancia existencial.
Como mencioné al inicio de este corto ensayo, fueron mis experiencias
con LSD las que causaron que reflexionara acerca de la esencia de la realidad. Las
perspectivas[5]
que recibí, así descritas, aumentaron mi asombro acerca de la maravilla de la
existencia, de la que nos volvemos concientes en momentos iluminados.
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